Los nidos de la muerte by Lou Carrigan

Los nidos de la muerte by Lou Carrigan

autor:Lou Carrigan
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Policial
publicado: 1983-08-03T22:00:00+00:00


CAPÍTULO VI

Kio Li llegó en automóvil al lugar de la cita, siguiendo el mismo camino cuyas instrucciones ella había facilitado a su comunicante Sio King. Tal como había indicado a éste, había escondido el coche, pero, y esto era algo que no se había especificado, tampoco Sio King estaba a la vista.

Comprendiendo que era ella quien tenía que dar el paso de acercamiento e identificación, Kio Li detuvo el coche cerca de la casa, y se apeó. El camino de las grutas había quedado atrás, la casa parecía desocupada y el ambiente no parecía propicio a la presencia de personas.

Indudablemente, Kiang Tse había escogido muy bien el lugar.

Pasaron tres o cuatro minutos antes de que Kio Li comenzara a sentirse molesta por la incomparecencia de Sio King. Encendió un cigarrillo, paseó, intentó ver qué había dentro de la casa mirando por los polvorientos cristales…

Finalmente, cuando terminado el cigarrillo se volvía ya hacia el coche, al parecer dispuesta a marcharse de allí, vio al atleta rubio.

Estaba precisamente junto al coche, adonde sin duda había llegado cautelosamente, interponiéndole entre él y ella mientras Kio Li intentaba ver el interior de la casa. Ahora, cuando Kio Li estaba a pocos pasos del vehículo, el rubio y atlético Nikolai Borov se irguió, empuñando la pistola y extendiendo el brazo, apuntando firme y fríamente a la muchacha china.

Ésta se detuvo en seco. No hubo alteración en su rostro; sólo sus ojos miraron vivamente la pistola y luego los grises ojos del agente soviético, gélidos en el conjunto de su inexpresiva fisonomía.

—Pon las manos sobre la cabeza —dijo Nikolai, en chino.

Kio Li parpadeó y acto seguido, despacio, obedeció. Había un sol pálido que daba una coloración verdaderamente amarillenta a su bello rostro.

Nikolai se plantó ante ella y advirtió:

—Si te mueves aunque sea un milímetro te mataré.

Ella no dijo nada. Le miraba con sus grandes y hermosos ojos, eso es todo. Nikolai pasó detrás de ella y deslizó la mano izquierda por los senos de Kio Li, buscando especialmente entre ellos. Palpó luego sus muslos y entre ellos, especialmente en la zona sexual de modo muy concreto, a la busca de un arma, que no encontró.

Se colocó de nuevo ante ella, y le hizo un gesto autorizándola a bajar los brazos, lo que Kio Li hizo calmosamente.

—¿Has venido sola o viene otro coche con amigos tuyos detrás?

—Creí que era aquí donde iba a encontrar a un amigo en apuros —dijo ella calmosamente—, pero ya veo que he sido engañada. ¿Has sido tú quien ha utilizado el nombre de Sio King?

—Así es.

—Hablas muy bien el chino. ¿Eres ruso?

—Sí.

Kio Li demostró tener una mente ágil y de gran comprensión:

—¿Eres el ruso llamado Borov que ha hecho un trato con el americano Peters?

—Sí —entornó los párpados Nikolai.

—Entonces no comprendo tu actitud. Nosotros somos amigos de Peters, como tú.

—Yo no soy amigo de Peters —aclaró Nikolai—. He hecho un trato con él, un negocio, pero no soy su amigo. Por tanto tampoco soy amigo vuestro. Y quiero saber qué parte tenéis vosotros en esto.



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